Primera Fila (parte 5)

La despedida

El regreso

Por Cynthia Velez

Publicado: agosto 08, 2013

El evento, la Primera Fila terminó. Gritamos por última vez todos juntos. Dos días de intensidad habían terminado. Aplaudimos y nos abrazamos con efusividad. Somos los de siempre, los de las presentaciones de discos, los de los Auditorios Nacionales, los que sin buscarnos nos encontramos al final de cada concierto y sin saberlo, nos entendemos. Somos los fanáticos, los que ya no tenemos 20 años, pero sí el mismo anhelo de aquellos tiempos. Seguimos siendo nosotros, los que sabemos anécdotas de programas televisivos de antaño que ya nadie evoca, los que compramos los discos de colección, las recopilaciones, las ediciones especiales, los que luchamos por un boleto hasta delante, los que no dormimos por esa taquicardia que nos da si ella viene. Nosotros no somos los demás, porque nosotros hemos descubierto en Alejandra aquello que no explicamos, pero que amamos. Es verdad, no sólo la admiramos, la queremos, la queremos tanto que por eso somos diferentes a los que sólo la admiran o a los que por curiosidad se dieron cita ese día. No, no, no, en nosotros no hay curiosidad, nunca llegamos tarde, nunca vamos por casualidad. Nosotros planeamos cada evento, elegimos nuestra ropa, nuestros zapatos, la hora en que debemos llegar y nunca dejamos de lado el corazón. A veces somos conscientes de nuestra locura, pero otras, la mayoría, el sentimiento nos rebasa y llega esa inconsciencia tan inexplicable pero real. Y es que es tanto, en verdad tanto lo que la queremos…

Nos despedimos con un gran abrazo, prometimos que esto nunca acabaría y miramos una y otra vez el escenario que empezaba a verse solo y yo diría, que hasta triste. Ya no estaba ella. Fue difícil abandonar la locación, buscar la puerta, caminar hacia ella, atravesarla y salir. Es cierto, sabíamos que debíamos hacerlo, pero nos fue, hasta cierto punto, incómodo.

Habían sido dos días que ahora terminaban. Intercambiamos nuestros teléfonos y vi que un par de ellos sentían lo mismo que yo: esa ligera tristeza cuando se va. Sí, lo sabíamos, ahora guardábamos un momento más en nuestra memoria, momentos en los que ella ocupaba el lugar más especial. Se empezaba a respirar melancolía.

¡Cuántas promesas nos hicimos! Aunque la mayoría no eran necesarias, sabíamos que nos volveríamos a ver. Intercambiamos números telefónicos, direcciones de correo, de facebook, posamos para la foto del recuerdo y nos compenetramos en un mismo sentimiento: la ilusión de su presencia y la irremediable despedida.

Es complicado lo que en ocasiones vivimos. No resulta fácil expresar siempre lo que uno siente. En mi caso,  sabía que me costaría demasiado llegar al trabajo y contar lo vivido. No, no lo haría. Sé que de hacerlo los compañeros me hubieran tildado de inmadura o quizá hasta irresponsable. Pero entre fanáticos era diferente, se nos aplaudían tanto las hazañas, casi casi pensé en más de una ocasión que se competía para ver quién haría la mayor locura, quién demostraría más atrevimiento y con ello, más amor. Pero ahora lo sé, los vi. Cada quien ama a Alejandra a su manera, a su tiempo y a su modo, pero en todos ellos y en mí, esto es enorme, tan grande que todos los días, algo, por insignificante que sea nos recuerda nuestra esencia, nuestro fanatismo. Seremos ingenieros, oficinistas, secretarias, maestros, contadores e incluso académicos, pero primero fanáticos, fanáticos de Alejandra Guzmán.

El 9 de agosto emprendimos nuestro viaje de regreso. Otra vez todos los medios de transporte llegaban, sólo que ahora, era para alejarnos de ella y de nosotros mismos. Yo estaba en una terminal con boleto en mano y mi maleta, esperaba la salida. Me encontraba pensativa y cuando me percataba, la seguía escuchando, si cerraba los ojos la seguía viendo. Así fue por al menos cuatro o cinco noches seguidas.

El regreso quizá es el objetivo de cualquier viaje que se emprende y yo había concluido el mío; ya estaba regresando. Miraba el paisaje y recordaba en cada momento su presencia, su milagrosa presencia.

Poco a poco la rutina fue tomando su curso.

El lunes siguiente habría que ir a trabajar otra vez, habría que vestirse bien, poner cara de seriedad, hablar con los jefes, contestar el teléfono y de vez en cuando, suspender lo que hacía sólo para recordarla, y en silencio, muy despacio, volver a sonreír.

Yo no sé hacer otra cosa que seguirla. A veces, cuando niña, tenía miedo de no volverla a ver. Buscaba ser grande para poder seguirla a todos lados. Hoy no he podido cumplir el anhelo como hubiera esperado, pero sé que la volveré a ver, una y otra vez y que si un día ella no aparece, será porque deje de buscarla.

Por objetivolaguzman

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